Segundo Domingo después de Pentecostés – 22 de junio de 2025

1 Reyes 19:1-4, 8-15a; Salmo 42; Gálatas 3:23-29; Lucas 8:26-39

En Lucas capítulo 8, encontramos a Jesús y sus discípul@s llegando a la región de los gerasenos, en la orilla oriental del mar de Galilea. Al bajar de la barca, se encuentran con un hombre poseído por demonios, que había estado viviendo entre los sepulcros. Este hombre era conocido por sus arrebatos violentos y su incapacidad para contenerse, pues era constantemente atormentado por los espíritus malignos que lo habitaban.

¿Qué tiene que ver este hombre con Jesús? Es el más impuro de los impuros. Es gentil, no judío, pero ese es el menor de sus problemas. Ya sea por alguna otra causa, el hombre ahora está poseído por un demonio: no solo por un espíritu inmundo, sino por muchos.

Observen la condición del hombre: para empezar, no lleva ropa. Desde la caída en pecado, la ropa es un medio para ocultar la vergüenza; pero este hombre no quiere saber nada de ella y está atrapado en una vida de vergüenza. Está vivo, pero se ve obligado a vivir en las tumbas, quizás en una cueva entre otras cuevas que se usan para enterrar restos. Es un peligro para las demás personas, y antes lo habían mantenido bajo vigilancia; pero cuando lo ataron con cadenas y grilletes, los demonios le dieron una fuerza sobrehumana para romper las ataduras y huir al desierto.

Miren lo que el diablo y las circunstancias del diario vivir le han hecho a este hombre: vive una vida de vergüenza entre las tumbas, aislado de todas las demás personas. Y donde los demonios le dan fuerza, es solo para huir de las personas. Tú y yo podríamos sobresaltarnos, incluso sentir miedo, si alguien sin hogar se acerca a nosotr@s en las calles de la ciudad: imagina a alguien así, desnud@, atormentad@, poseíd@ y lo suficientemente fuerte como para romper las ataduras. Es una persona que hay que evitar, y es una persona que preferiría no tener nada que ver con nadie más. Es como si tuviera todos los ingredientes del infierno, excepto que sigue vivo en la tierra.

La compasión y la autoridad de Jesús sobre el mal se demuestran poderosamente en este pasaje. El hombre de la región de los gerasenos era atormentado por demonios, pero cuando Jesús llegó, reconoció de inmediato el sufrimiento dentro de esta persona. Jesús no lo ignoró y tampoco lo evadió.  Mediante su poder divino, Jesús sanó al hombre, liberándolo de las garras de la oscuridad y devolviéndole el bienestar.

Esta historia nos enseña sobre el poder transformador y liberador del amor de Jesús. Al profundizar en este pasaje, podemos reflexionar sobre las profundas implicaciones de las acciones de Jesús. A través de esta sanación milagrosa, Jesús no solo le brinda alivio físico al hombre, sino que también lo libera de la esclavitud espiritual, social y emocional. Recordamos el compromiso inquebrantable de Jesús de restaurar la plenitud y brindar esperanza a quienes sufren. Este versículo nos reta a considerar cómo podemos también brindar compasión y apoyo a quienes luchan, tal como lo hizo Jesús en este poderoso momento de sanación.

Imagina la escena que se desarrolla ante ti: el hombre, una vez plagado de demonios, ahora de pie ante Jesús, completamente transformado y libre. Que el ejemplo de misericordia y valentía de Jesús nos inspire al meditar en este versículo. Busquemos emular su amor y gracia en nuestras propias vidas, ofreciendo sanación y compasión a los necesitados.

Pero al igual que Jesús, debemos detenernos en el camino, confrontar a quienes sufren, aceptarles y liberarles. No le cogemos pena, les liberamos. Liberación física, social, emocional y espiritual, ya que el evangelio es holístico.

La respuesta del hombre tras ser sanado no se hizo esperar. Volvió y se sentó a los pies de Jesús, vestido y en su sano juicio. Esto simboliza restauración y paz. Esta transformación es un testimonio del poder de la misericordia y la compasión de Jesús.

Esto es lo que nuestros discipulados y nuestra manera de construir iglesias deberían lograr. Debemos enfrentar el mal, lo diabólico, y transformemos a este pueblo, a este país, a su gente. Ahora puedes responder a la pregunta: ¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús? Puedes reconocer y decir que soy un instrumento de liberación en este mundo.

Amén y Ashé

Puedes ver esta reflexión en Youtube.

También puedes leer todos los sermones del Padre Luis Barrios en la sección de Sermones.