2 Reyes 2:1-2, 6-14; Salmo 77:1-2, 11-20; Gálatas 5:1, 13-25; Lucas 9:51-62
Tercer Domingo después de Pentecostés – 29 de junio de 2025
En el drama de nuestra salvación, el acto final comienza con cinco sencillas palabras: «Se propuso ir a Jerusalén» (Lucas 9:51). Jesús demostró interés y preocupación, lo cual es lo opuesto a la indiferencia.
Jesús pasó toda su vida en la región conocida como la Baja Galilea. Salvo su nacimiento en Belén y la breve estancia de su familia en Egipto, Jesús creció, vivió y trabajó muy cerca del Mar de Galilea.
Al comenzar su ministerio, se estableció en Capernaúm y, desde allí, salió a predicar el evangelio, sanar a las personas enfermas y proclamar el Reino-Comunidad de Dios a toda persona que quisiera escucharlo. Pero nunca se aventuró demasiado lejos por mucho tiempo. Siempre regresaba a Capernaúm junto al mar.
Por eso, cuando llegamos a este versículo crucial del evangelio de Lucas, no es poca cosa, pues representa un cambio radical en la dirección del ministerio de Jesús. Desde este punto, llevará su mensaje al corazón de la fe judía, a Jerusalén, y a su centro, el Templo.
Tod@s nosotr@s sabemos lo que sucederá cuando llegue allí: Será confrontado por los líderes religiosos. En cuestión de días, incluso las masas se volverán contra él. Antes de que transcurra la semana, será crucificado. Su decisión de ir a Jerusalén marca el principio del fin. Esta es la gravedad de la situación que subyace a las palabras de Lucas cuando dice: «…se propuso ir a Jerusalén».
Y esto es lo que espero que aprendan del sermón de esta mañana: la determinación de Jesús: su absoluta determinación de obedecer la voluntad de Dios sin importar el costo. Y que sepan esto: Él dio el ejemplo: Así como Jesús se propuso ir a Jerusalén, Dios nos llama a poner nuestra mirada en Cristo y su reino-comunidad, y a renunciar a todo lo demás por amor al Evangelio. Cuando lo hacemos, saboreamos las primicias de la vida eterna.
Fuimos llamad@s a ser profetas y profetizas en este mundo para identificar, denunciar y combatir las injusticias contra la creación de Dios. Reconozco que este es un momento arriesgado. Pero permítanme recordarles esto: en el 99% de las situaciones peligrosas que una persona probablemente enfrentará en su vida, ser cobarde es sin duda la mejor opción. Salir corriendo de ese edificio, esconderse debajo de la mesa, ir en la dirección opuesta al problema, rechazar ofertas de paracaidismo: ¡no hay nada de qué avergonzarse!
Claro, a veces realmente deberíamos dar un paso al frente; por ejemplo, al brindar refugio a personas que huyen del ICE con un gran riesgo personal. Y, por supuesto, hay muchos ejemplos de valentía impresionante. Pero el hecho de que existan actos genuinos y encomiables de sacrificio para proteger a otras personas no justifica el consenso general de que la valentía sea siempre admirable. Aquí el asunto es hacer lo que tenemos que hacer, con miedo o sin miedo.
Pero permítanme recordarles también lo que la Biblia, la palabra de Dios, nos dice sobre servir al prójim@. En Isaías 1:17: «Aprendan a hacer el bien; busquen la justicia; defiendan al oprimido; aboguen por el huérfano; defiendan la causa de la viuda». Y en Santiago 4:17: «Si alguno sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado». En otras palabras, estamos llamad@s a hacer el bien, buscando la justicia. Destruyamos la complicidad del silencio que se manifiesta en el oportunismo. El silencio es tan malo como la injusticia misma.
En este momento nos enfrentamos a un gran desafío: seguir construyendo la paz con justicia. En otras palabras, pidamos a Dios que nos haga instrumentos de su paz con justicia. Pero, al mismo tiempo, es necesario denunciar y condenar estas agresiones imperialistas, terroristas y sionistas de los gobiernos de Israel y Estados Unidos contra Palestina e Irán. Y hagamos algo también contra el silencio camaleónico del resto del mundo. No basta con rezar; debemos actuar por la justicia si queremos la paz. Recordemos la determinación de Jesús: su absoluta determinación de obedecer la voluntad de Dios sin importar el costo.
Elie Wiesel, escritor, profesor, activista político, premio Nobel y sobreviviente del Holocausto nacido en Rumania y estadounidense, nos dice: «Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo opuesto al arte no es la fealdad, sino la indiferencia. Lo opuesto a la fe no es la herejía, sino la indiferencia. Y lo opuesto a la vida no es la muerte, sino la indiferencia». Puedo sentir miedo y, al mismo tiempo, hacer lo que debo para servir a la humanidad. Esto es lo que Jesús espera; no es valentía, es audacia. Jesús espera una acción que traiga cambios. Atrévete, atrévete, atrévete, te necesitamos. Obedece la voluntad de Dios cueste lo que cueste. Lo opuesto a la fe no es herejía, sino indiferencia. Amén y Ashé.
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