Jeremías 31:27-34; Salmo 119:97-104; 2 Timoteo 3:14-4:5; Lucas 18:1-8

Decimonoveno Domingo después de Pentecostés – Propio 24 – 19 de octubre de 2025

Lucas 18:1-8: Esta parábola nos invita a examinar nuestra vida de oración. ¿Somos persistentes en nuestras oraciones o nos damos por vencid@s cuando las respuestas tardan? Reflexionemos en la seguridad de que Dios, quien es infinitamente más justo y amoroso que el juez injusto, responderá a nuestras oraciones persistentes.

La parábola de la viuda persistente y el juez injusto es similar a la parábola del vecino persistente (Lucas 11:5-10), otra lección de las enseñanzas de Jesús sobre la oración. Si bien ambas parábolas enseñan la importancia de la perseverancia en la oración, la historia de la viuda y el juez añade el mensaje de la fidelidad continua en la oración. Jesús presenta un último interrogatorio sobre el tema al final de la parábola de la viuda persistente y el juez injusto. Pregunta: «Pero cuando el Hijo del Hombre regrese, ¿cuántos creyentes encontrará en la tierra?» (Lucas 18:8,). Tal como Pablo enfatiza en 1 Tesalonicenses 5:17, la devoción constante a la oración debe ser un estilo de vida. El Señor quiere saber si encontrará fieles guerreros y guerreras de oración en la tierra cuando regrese.

La oración fiel, incesante y persistente es el llamado permanente de todo verdadero discípulo y discípula de Cristo que se dedica a vivir para el Reino de Dios. Al igual que la viuda persistente, somos personas necesitadas y dependientes que confiamos solo en nuestro Dios misericordioso, amoroso y bondadoso para que nos supla lo que necesitamos.

Hace poco, escuché a alguien decir: «Las personas cristianas son estúpidas cuando creen que la oración cambia las cosas». Pensaba que las personas cristianas solo oran y no hacen nada. Pero la oración no funciona así. Orar no significa que nos quedemos de brazos cruzados el resto del tiempo. No es una excusa para no hacer nada. Debemos avanzar con fe. Primero, oramos porque todo depende de Dios; luego, trabajamos porque todo depende de nosotras y nosotros. Porque la oración requiere acción.

La oración es una alfombra de bienvenida para que Dios intervenga en nuestros asuntos. Es una invitación para que Dios cree algo hermoso de las cenizas de nuestras vidas. Oramos con fervor y luego hacemos todo lo posible para ser parte de la respuesta. Dios no nos ha llamado a ser personas pasivas. Nos ha llamado a ser sus colaboradores y colaboradoras.

Solo cuando participamos activamente en la obra de Dios, vivimos verdaderamente nuestra fe. Así que, pase lo que pase, no desesperes. En cambio, ora. Y luego empieza a hacer lo que valga la pena. El Espíritu de Dios guiará tus pasos mientras él trabaja tras bastidores. Así que la oración cambia las cosas, sin duda. A veces ocurren milagros, sí. Pero la mayoría de las veces estamos llamadas y llamados a ser el cambio por el que oramos.

Romanos 12:11-12 dice: Nunca seáis perezosos, sino trabajad con ahínco y servid a Dios con entusiasmo. Regocíjate en la esperanza segura. Sean pacientes en los problemas y no cesen de orar. Vivir para Cristo es más que un simple compromiso dominical: es un caminar diario de fe, oración y compartir su amor con las demás personas.

Colosenses 4:2-6 nos desafía a permanecer fieles en la oración, a estar vigilantes y a aprovechar al máximo cada oportunidad para reflejar a Cristo en nuestras palabras y acciones. Es un poderoso recordatorio de que nuestra fe no debe ocultarse, sino vivirse con valentía. He descubierto que la oración y el testimonio van de la mano. La oración nos mantiene conectad@s con Dios, moldeando nuestros corazones y mentes para alinearlos con su voluntad. Al mismo tiempo, nuestras acciones y palabras se convierten en testimonio de su gracia cuando vivimos intencionalmente para Él. Necesitamos una fe que se resista a rendirse.

Jeremías 31:27-34: Antes del exilio, el culto judío se caracterizaba por una adoración altamente institucionalizada, centrada en un templo mayor. Se ofrecían oraciones y sacrificios continuos en nombre del pueblo. El problema era que gran parte del culto se centraba en el cómo del ritual en lugar del por qué: adorar a Dios. Habían perdido de vista el propósito mismo del culto.

¿Por qué somos una iglesia en el exilio? ¿Qué ha causado que gran parte de la institución con la que crecimos se haya vuelto obsoleta? Esto no es algo exclusivo de la iglesia, sino que es cierto para casi todas las instituciones que vieron a nuestra sociedad desarrollarse a partir de la era industrial.

¿Qué hay de las instituciones del Seguro Social, Medicare, el Seguro de Desempleo y el Plan de Pensiones? Nos encontramos en un período de enorme transición y cambio en lo que siempre creímos eterno, y al atravesar estos tiempos, no debería sorprendernos ver cómo algunas partes de lo que apreciamos se debilitan y se desvanecen, mientras surgen otras estructuras para reemplazarlas. Nuestra iglesia lucha por definir su lugar en este mundo cambiante. Nuestro desafío es contribuir a este cambio, no obstaculizarlo. El problema es que quizá no podamos reconocer a esta nueva iglesia cuando la veamos. Jeremías se arrepiente en nombre de su pueblo, asumiendo la responsabilidad de la destrucción de Israel sobre sus hombros. Pide la misericordia de Dios, confiando en que es mayor que el dolor que siente. Necesitamos una fe que se niegue a rendirse.

2 Timoteo 3:14-4:5: La misión aquí es que no cambiaremos nuestro mensaje como congregación para adaptarnos a las normas sociales actuales. Si bien no hay razón para ser árid@s en nuestras comunidades, no comprometeremos la palabra de Dios para que otras personas se sientan felices o más cómodas. Seguiremos presionándonos unos a otros y unas a otras  con la ley de Dios, animándonos a ver nuestros pecados y fracasos ante Dios.

En otras palabras, hermanos y hermanas practiquemos la acción como expresión de fe. Si bien la oración es fundamental, la Biblia también enfatiza la necesidad de la acción como expresión de una fe genuina. Santiago 2:17 declara: «Así también la fe por sí sola, si no resulta en acción, está muerta». Este versículo destaca el vínculo inseparable entre la fe y las obras, sugiriendo que la verdadera fe produce naturalmente obras justas. El llamado a la acción es evidente en la Gran Comisión (Mateo 28:19-20), donde Jesús manda a sus seguidor@s a «ir y hacer discípulos de todas las naciones», lo que ilustra que la fe debe ser activa y de alcance general.

El apóstol Pablo exhorta frecuentemente a las personas creyentes a vivir su fe con acciones. En Gálatas 5:6, escribe: «Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión valen nada; lo que importa es la fe, expresada por el amor». Aquí, Pablo enfatiza que el amor, manifestado por medio de las acciones, es la verdadera medida de la fe en Cristo.

En la cultura actual, el individualismo, la competencia y el egocentrismo son valores capitalistas predominantes que pueden dificultar la construcción de una comunidad cristiana sólida y unida. Es esencial que los creyentes superen la tentación de enfocarse únicamente en sí mismos y busquen establecer relaciones auténticas y significativas con otros miembros de la iglesia. La comunión cristiana es un pilar fundamental de la fe que proporciona apoyo, aliento y fortaleza en medio de los desafíos contemporáneos. Practiquemos una fe que se niega a rendirse. Amén y Ashé

Puedes ver esta reflexión en Youtube.

También puedes leer todos los sermones del Padre Luis Barrios en la sección de Sermones.