Isaías 65:17-25; Cántico 9; Malaquías 4:1-2ª; Lucas 21:5-19
Vigésimo Tercero Domingo después de Pentecostés- Propio 28-16 de noviembre de 2025
Introducción:
Jesús está frente al majestuoso templo de Jerusalén. Un edificio imponente, símbolo del poder religioso, político y económico de su tiempo. La gente admira las piedras, el oro, las ofrendas… pero Jesús no se deja deslumbrar por la arquitectura del sistema. Él mira más allá del brillo —ve la opresión escondida entre los muros. «De todo esto que ven, no quedará piedra sobre piedra.» Jesús anuncia la caída no solo de un edificio, sino de un sistema de injusticia. No es una profecía de destrucción, sino una denuncia profética contra las estructuras que marginan, oprimen y esclavizan en nombre de Dios.1. La religión del esplendor frente al Reino de la justicia
Los discípulos y discípulas representan a quienes se impresionan por la grandeza material: los templos, las catedrales, los títulos, las liturgias de oro. Pero Jesús anuncia otra espiritualidad: la del Reino-Comunidad que no se sostiene en piedras sino en personas; no en poder sino en servicio; no en jerarquía sino en comunidad. El templo del Imperio —y su versión moderna: el imperio religioso, político y capitalista— siempre busca deslumbrar para distraer. Jesús, en cambio, desmantela las falsas seguridades. Porque cuando el pueblo pone su fe en las estructuras del poder, pierde su capacidad profética.2. «Habrá guerras, terremotos y persecuciones» — la historia de los pueblos oprimidos
Jesús no habla de catástrofes para asustar, sino para preparar al pueblo para resistir. En toda época, cuando el Reino-Comunidad se acerca, el imperio tiembla. Cuando las comunidades se organizan, los poderes se estremecen. Por eso, las discípulas y discípulos serán perseguidos: no por hacer daño, sino por anunciar una verdad que desestabiliza al opresor. En América Latina, en Palestina, en África, y en particular aquí en Puerto Rico en las comunidades migrantes, esta palabra se cumple cada día. Las personas que denuncian la injusticia son silenciadas, difamadas o encarceladas. Pero Jesús promete: «Ni un cabello de tu cabeza perecerá.» Es decir, Dios sostiene la vida de quienes luchan por la verdad, aun en medio del fuego.3. «Con su perseverancia salvarán sus almas» — la espiritualidad de la resistencia
La fe radical no es huir del conflicto, sino permanecer con esperanza. Jesús no promete seguridad; promete sentido. Promete una vida que no se rinde, una esperanza que no muere. El seguimiento de Cristo es una militancia espiritual: no se trata de esperar el cielo después de la muerte, sino de construir el Reino-Comunidad ahora, en medio de las ruinas del sistema. Resistir hoy es negarse a aceptar la normalidad de la violencia, el colonialismo, el racismo, el sexismo, el heterosexismo, y el capitalismo depredador. Resistir es seguir creyendo en la posibilidad del amor político, de la comunidad solidaria y de la justicia divina que trastoca el orden humano.Isaías 65:17-25: «He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva»
No es un cielo de escape, sino una tierra transformada. El profeta no habla de un más allá celestial, sino de una nueva realidad histórica y social. Isaías anuncia que Dios no huye del mundo: Dios lo rehace. «Cielos nuevos y tierra nueva» no es una promesa de evasión espiritual, sino una revolución divina en la historia —una refundación de la vida desde la justicia. El Dios de Isaías no destruye el mundo para llevárselo, sino que libera la creación de las estructuras de opresión. Es la visión de un orden nuevo donde la vida vence al sistema de muerte.Malaquías 4:1-2ª: «He aquí, viene el día ardiente como un horno…»
El profeta Malaquías anuncia un fuego que arrasa las raíces de la injusticia. No es un fuego para destruir la creación, sino para purificarla del poder opresor. El «día del Señor» no es el fin del mundo, sino el fin del sistema corrupto que oprime al pobre y blasfema en nombre de Dios. Ese horno es el símbolo de la ira divina contra la estructura del pecado, no contra los pecadores como individuos, sino contra los poderes que se benefician del sufrimiento humano —imperios, élites religiosas, y toda forma de explotación. Dios no viene a quemar a las personas marginadas, sino a derretir los tronos de personas poderosas.Conclusión:
Jesús nos invita a no idolatrar las piedras del templo, sino a construir comunidad viva. A no dejarnos paralizar por los rumores de guerra, sino a organizarnos en esperanza. A no callar ante el poder, sino a dar testimonio profético del Reino que viene desde abajo. Porque, aunque el templo se derrumbe, aunque los imperios caigan, la fe del pueblo permanece. Y esa fe —esa resistencia de amor y justicia— es el verdadero santuario de Dios.Recuerden, es el fin del sistema, no del mundo
Amén & Ashé
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