Jeremías 18:1-11; Salmo 139:1-5, 12-17; Filemón 1-21; Lucas 14:25-33
Decimotercer Domingo después de Pentecostés – Propio 18 – 7 de septiembre de 2025
Si esta escena de Lucas 14:25-33 nos resulta familiar, es porque es la segunda vez este verano que nos encontramos con este pasaje: Jesús entre una multitud camino a Jerusalén, cuestionando la capacidad y la disposición de la gente para comprometerse verdaderamente con el discipulado. De hecho, a lo largo de los pasajes de nuestro leccionario, hemos escuchado cómo Jesús les dice específicamente a los futuros discípulos y discípulas que deben estar dispuest@s a dejar a sus familias y sus posesiones para seguirlo. Jesús ha hablado de cómo él será causa de división entre los miembros de la familia y ha contado parábolas sobre lo que significa ser persona rica para con Dios en lugar de persona rica en la tierra. Cristo sigue siendo muy claro sobre la importancia de un discipulado atento.
Sin embargo, como solemos hacer, intentamos suavizar la retórica de Jesús. En este caso, existe un precedente histórico y cultural para hacerlo. En aquella época, decirle a alguien que odiara algo o a alguien era a menudo un modismo semítico para indicarle que amara algo menos de lo que realmente amaba. Quizás, usando la hipérbole, se podría ayudar a alguien a ver su desequilibrio, y al guiarlo un poco hacia el odio, se le ayudaría a encontrar el apego apropiado. El diccionario griego bíblico (BDAG) usa este sentido de la palabra para una de las definiciones de «odio», citando nuestro pasaje como ejemplo. Esto significaría que Jesús está diciendo que sus discípulos y discípulas deben ser capaces de «ignorar» o «ser reaci@s» (es decir, no favorecer) su propia familia, vida y cosas.
Esta definición y explicación tienen sentido y encajan con el discipulado. Esta definición también nos permite respirar aliviad@s al saber que Jesús no nos está diciendo que debemos alejarnos de nuestros seres querid@s y romper todos los lazos por su causa. Lo que Dios nos dice aquí es que debemos considerar seriamente a las personas y las cosas que más influyen y controlan nuestras vidas.
De forma indirecta, Jesús describe ídolos: aquello que amamos, servimos y permitimos que influyan en nuestras decisiones bajo el pretexto de las «necesidades de nuestras circunstancias».
Quiero ser muy cuidadoso y claro. No quiero decir que Jesús apruebe abandonar las responsabilidades familiares por el ministerio. Tampoco digo que Jesús enseñe que primero sirvamos a nuestra familia y luego a nuestras iglesias o ministerios. Esta es una simplificación demasiado atrevida, un atajo que se aleja de lo que Jesús realmente quiere decir con su descripción del costo del discipulado.
En ambas historias que comparte, Jesús ofrece una imagen de lo que quiere que hagan las personas: quiere que se sienten, ¡PAREN!, hagan un balance, ¡SEAN HONESTAS!, reflexionen, ¡PIENSEN Y OREN! sobre el futuro de sus vidas y lo que es posible con ellas, considerando todas sus ataduras y compromisos. No hacerlo sería desastroso, para nosotro@ y para las demás personas.
Esto tendrá el costo personal del ridículo y las burlas por hipocresía. Y al igual que la decisión del rey de poner en peligro a sus soldados o no, nuestro ego e ingenuidad tienen la particularidad de causar un gran daño a quienes más amamos. Jesús no nos dice que seamos indiferentes ni descuidad@s con nuestros seres querid@s, ni mucho menos. Subraya que, sin reflexionar sobre la dirección, el propósito, la orientación y los apegos en nuestras vidas, es decir, sobre la madurez espiritual y emocional, las consecuencias imprevistas son reales.
Y, sin embargo, las consecuencias de elegir la postura, la diferenciación y el propósito correctos en la vida también son bastante difíciles de llevar a cabo.
A veces, odiar a la madre y al padre será metafórico: oponerse a la comprensión de la generación anterior por la convicción de que ha llegado el momento de cambiar. En ocasiones será una desobediencia literal y la negativa a desempeñar el papel que tu familia te ha asignado. A veces, odiar tus posesiones significará literalmente venderlas todas por el bien común, mientras que otras veces significará cambiar tu actitud sobre lo que tienes, mereces o necesitas. Odiar tu vida puede significar hacer cambios drásticos porque te das cuenta de lo infeliz que eres y sabes que necesitas un cambio. También puede significar que Dios te humilla y aprendes por las malas a vivir para Dios y no para ti mism@.
La lectura de Jeremías 18:1-11 trata sobre la autoridad soberana de Dios para moldear y formar a las personas y naciones según su respuesta a su guía y enseñanzas, enfatizando la importancia del arrepentimiento y el potencial tanto del juicio como de la misericordia. Reflexionar en este versículo nos impulsa a considerar el profundo impacto del arrepentimiento en nuestro camino espiritual. ¿Cómo influye nuestra disposición a arrepentirnos y buscar el perdón en el rumbo de nuestras vidas? ¿Cómo nuestra apertura a la obra de Dios nos guía hacia su propósito para nosotr@s? Este versículo nos invita a contemplar el poder transformador del arrepentimiento y la capacidad de Dios para transformar nuestras vidas según su divina voluntad. Mediante el arrepentimiento, Dios nos moldea como vasos de su gracia, misericordia y amor para participar en su obra.
Y la lectura de Filemón 1-21 es un mensaje poderoso y compasivo que Pablo transmite en su carta a Filemón. La esencia de este versículo reside en el profundo llamado al perdón y la reconciliación en una situación difícil. La perdurable relevancia de Filemón resuena en el mundo actual, donde abundan las relaciones fracturadas. Su énfasis en perdón y reconciliación recuerda buscar armonía y extender gracia, reflejando el poder transformador del Evangelio.
Mucha gente piensa que ser persona cristiana es simplemente cuestión de ser salva o bautizada, pero Jesús dijo en Lucas 14:27 que implica mucho más. Dijo: «Y el que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo». Jesús enseñó que existimos para negarnos a nosotr@s mism@s y seguirlo.
Dios nos ha llamado a seguir a Jesús, ser sus testig@s, crecer en la gracia, hacer discípul@s, trabajar en la edificación de su iglesia, buscar su reino, buscar la santidad en el temor de Dios y buscar su gloria en todo lo que hacemos. Lucas 14:25-33 deja claro que ser seguidor o seguidora de Jesús no es para las personas débiles de corazón. El cristianismo no es un sistema de creencias que mejorará una vida ya agradable.
El compromiso ciego que solo espera bendiciones no le sirve a Dios: él quiere discípulos y discípulas comprometid@s y dispuest@s a vivir abnegadamente por él. Dietrich Bonhoeffer, teólogo y pastor alemán, demostró en su libro, El Costo del Discipulado, una visión única del discipulado que enfatizaba el aspecto comunitario del seguimiento de Jesús. Como teólogo y pastor, Bonhoeffer se opuso firmemente a la ideología nazi y a su interferencia en la Iglesia. Creía que la Iglesia no debía comprometer sus principios y enseñanzas para alinearse con el régimen nazi. En cambio, abogó por un discipulado fiel y activo que resistiera las presiones y tentaciones del mundo.
Las lecturas bíblicas de hoy nos invitan a una transformación en nuestras vidas para convertirnos en hombres y mujeres nuev@s, como Jesús dijo a Nicodemo. Pero una vez que experimentamos esta transformación personal, avanzamos para transformar este mundo donde hay tanta maldad, odio, opresión e injusticia.
La compasión es la conciencia del sufrimiento ajeno combinada con el deseo de ayudar a aliviar ese sufrimiento. Cuando se ofrece compasión para aliviar el sufrimiento cuando surge, pero no se aborda la causa raíz, este volverá una y otra vez. La paz, justicia social y cambio social requieren abordar problemas sistémicos que causan sufrimiento para lograr una transformación sostenible. El cambio sistémico es donde la valentía y la compasión se unen para marcar la diferencia en nuestro mundo desafiado.
Me pregunto si queremos aplicar esta teología de la resistencia a las políticas degradantes del presidente Donald Trump, al nacionalismo cristiano y al compromiso colonial ciego de la gobernadora Jennifer González con estas políticas cuando le piden que salte y ella salta. Nuestro llamado es a la acción para derrotar todas estas injusticias y hacer real la presencia del reino-comunidad de Dios en la Tierra. Este es el precio de seguir a Jesús.
Recuerden, su silencio e inercia bendicen e implementan estas políticas opresivas contra la humanidad. Así que no me vengan con el cuento de que la iglesia no debería involucrarse en política. La iglesia como institución está inmersa en la política, en la política de derecha. Su silencio e inercia son su política, que coincide con la política de Trump, la de la derecha religiosa y la de Jennifer. Simplemente les recuerdo que Jesús dice que necesitamos cambiar nuestra política porque la política de esta gente traiciona el proyecto de liberación salvífica de Jesús.
Amén y Ashé.
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También puedes leer todos los sermones del Padre Luis Barrios en la sección de Sermones.