Hageo 1:15b-2:9; Salmo 98; 2 Tesalonicenses 2:1-5, 13-17; Lucas 20:27-38
Vigésimo Segundo Domingo después de Pentecostés- Propio 27-9 de noviembre de 2025

Introducción:
Querida familia. Hoy el Evangelio nos presenta un encuentro tenso entre Jesús y los saduceos —una élite religiosa que no creía en la resurrección. Ellos vienen con una pregunta absurda sobre una mujer que tuvo siete esposos, no para aprender, sino para poner a prueba a Jesús. Y Jesús, con la sabiduría del Reino, les responde con una verdad que rompe toda estructura de poder: «Dios no es Dios de personas muertas, sino de personas vivas, porque para Él todas las personas viven.»

1. Los saduceos y la religión del poder:
Los saduceos eran los guardianes del templo, los aliados del imperio romano. Su teología servía al orden establecido: una religión cómoda, sin esperanza para las personas pobres, sin resurrección para las personas oprimidas.

Hoy también existen esos «saduceos modernos»:

  • Quienes predican prosperidad, pero callan ante la injusticia.
  • Quienes defienden templos y doctrinas, pero no defienden vidas.
  • Quienes creen en un Dios que castiga, pero no en un Dios que libera.

Jesús desenmascara esa religión de muerte. El Dios que Él anuncia no vive en los palacios del poder, sino en los corazones que luchan por la vida.

2. La resurrección como acto de resistencia:
Cuando Jesús habla de resurrección, no se refiere solo a la vida después de la muerte. Está hablando de resistir la muerte ahora, en todas sus formas. Creer en la resurrección es decirle al sistema: tú no tienes la última palabra.

Cada vez que una persona pobre se levanta con dignidad, cada vez que una mujer rompe el silencio, cada vez que un pueblo colonizado defiende su tierra,

¡ahí está la resurrección en marcha! La fe en el Dios de las personas vivas es un grito contra todo imperio que intenta matar cuerpos, sueños y memorias.

3. Dios en la historia de las personas que viven:
Jesús recuerda a los saduceos los nombres de Abraham, Isaac y Jacob —símbolos de una historia viva. Dios no los recuerda como sombras del pasado, sino como presencias activas en su plan de vida.

Así también hoy, las personas que murieron por la justicia, mártires, desaparecid@s, crucificad@s de la historia… viven en el corazón de Dios. La resurrección no es una promesa lejana: es la fuerza que nos impulsa a seguir caminando, a seguir creyendo, a seguir amando, aunque el mundo nos diga que no vale la pena.

4. Nuestra fe no negocia con la muerte:
El cristianismo auténtico no puede pactar con la muerte. No podemos bendecir guerras, racismo, ni desigualdad y decir que seguimos al Cristo vivo. Jesús no fue crucificado por hablar del cielo, sino por desafiar el infierno del poder en la tierra.

Creer en la resurrección significa elegir la vida: vida para las personas pobres, vida para las personas migrantes, vida para la creación entera. Porque donde hay vida defendida, ahí está Dios.

Hageo 1:15b-2:9:
El profeta Hageo denuncia una religión privatizada, donde cada quien busca su propio bienestar mientras el bien común —la casa de Dios, símbolo del proyecto de justicia— se derrumba.

El templo, en la teología profética, no es un edificio de lujo, sino el signo visible del compromiso social y espiritual del pueblo con Dios.

Reconstruir el templo no significa levantar piedras sagradas, sino restaurar la vida comunitaria, la justicia económica y la solidaridad.

2 Tesalonicenses 2:1-5, 13-17:
La comunidad de Tesalónica vivía en un tiempo de confusión, persecución y manipulación ideológica. Algunos predicadores y predicadoras, incluso usando el nombre de Pablo, estaban diciendo que «el día del Señor ya llegó». Era una forma de desmovilizar a la comunidad, de quitarle su esperanza activa y convertir la fe en resignación.

Hoy ese misterio tiene nombres modernos: Capitalismo neoliberal que convierte la vida en mercancía; Imperialismo religioso que justifica guerras y genocidios.

Racismo estructural que decide qué cuerpos importan; Nacionalismos mesiánicos, como el MAGA-trumpismo, que mezclan cruz y bandera para dominar. Ese es el «anticristo contemporáneo»: el sistema que desfigura el rostro de Cristo en las personas pobres y colonizadas.

Conclusión:
Hermanas y hermanos: Jesús nos invita hoy a una fe que no teme a la muerte porque está enraizada en la vida. El Dios de Jesús no entierra esperanzas, las resucita. Y ese mismo Dios nos dice hoy: Yo soy el Dios de las personas vivas. Entonces, sigamos resucitando en comunidad, resucitando en la lucha, resucitando en el amor. Porque mientras haya un pueblo que defiende la vida, Dios sigue vivo en medio de nosotros y nosotras. Recuerda, la fe radical no es resignación. Vamos a movilizarnos. Amen & Ashé.

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También puedes leer todos los sermones del Padre Luis Barrios en la sección de Sermones.