Noveno Domingo después de Pentecostés – Propio 14 – 10 de agosto de 2025
Isaías 1:1, 10-20; Salmo 50:1-8, 23-24; Hebreos 11:1-3, 8-16; Lucas 12:32-40
El Evangelio de hoy, Lucas 12:32-40, continúa hablando de nuestra relación con las posesiones y de cómo vivimos como personas cristianas. A muchas personas les molesta que se les diga cómo vivir, pero el propósito aquí no es limitarles, ¡sino liberarles! Se trata de vivir con la corriente del universo en lugar de contra ella, vivir con Dios en lugar de oponiéndose a Él, vivir un@s con otr@s con amor.
Jesús menciona una frase: «No tengan miedo». Me parece que lo que Jesús intenta decirnos es que no seamos cobardes. Por eso, podemos sentir miedo, pero no permitimos que el miedo nos impida hacer lo que debemos hacer. Al contrario, las personas cobardes entran en una fase de inercia y dejan de hacer lo que deben hacer.
El miedo es una emoción dolorosa, ansiedad o pavor causado por la aprensión ante un peligro inminente. La cobardía es la incapacidad de controlar el miedo y, por lo tanto, rehuir o huir del peligro por falta de valentía. La valentía, por supuesto, es la fortaleza mental y moral que nos permite aventurarnos, perseverar y resistir el peligro, el miedo o la dificultad con firmeza y determinación. Y esta es la valentía
que Jesús nos ofrece en este Evangelio para que podamos superar la cobardía y hacer exactamente lo que Él nos pide.
Sin embargo, la sociedad nos anima a otorgar a los bienes y servicios propiedades casi mágicas, transformadoras. La persona promedio ve 6000 mensajes publicitarios sofisticados y específicos cada día. Muchos nos dicen que debemos centrarnos en adquirir bienes y servicios porque transformarán nuestras vidas para mejor. Ponemos nuestra esperanza y fe en productos porque parecen satisfacer nuestros sueños y deseos. No podemos ganar suficiente dinero para comprar todo lo que queremos… y no necesitamos.
Como personas cristianas, debemos ser conscientes de cuántas de nuestras decisiones diarias están influenciadas por estos ídolos, en comparación con cuántas están influenciadas por las promesas de Dios. Leemos que Jesús reúne a sus discípulos y discípulas a su alrededor, ofreciéndoles consuelo y guía.
Jesús nos dice que no tengamos miedo… porque a su Padre le ha complacido darles la comunidad del reino.
Una manera de hacerlo es: Vender sus posesiones y darlas a los pobres. ¡Pues bien, ese fue un momento de desconcierto para los discípulos y disicpulas! Imaginen el silencio atónito, y luego: «¿Acaba de decir… que vendamos nuestras posesiones?».
Uno se pregunta si algunos de los seguidores de Jesús que oyeron esta conversación se excusaron y se fueron…
En otras partes de las Escrituras, escuchamos de personas bendecidas o alabadas por renunciar a una pequeña cantidad de sus posesiones, todas sus posesiones, la mitad de ellas. Así que no parece que la Biblia insista en que tod@s debamos prescindir de ninguna. Más bien, la respuesta a lo que estamos llamados a hacer puede ser diferente para cada un@ de nosotr@s.
Jesús da en el clavo, cuando dice: Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. La respuesta a lo que debemos renunciar también puede depender de nuestra relación con las posesiones y de si nos impiden ver la comunidad del reino.
Dar con sacrificio lo cambia todo en nosotr@s.
Tendemos a pensar en Dios y la Comunidad del Reino de Dios como algo «allá arriba», «allá afuera» o quizás «en el futuro». La buena noticia de Jesús no se trata tanto de ir al cielo al morir. Se trata de ir al cielo antes de morir. Esto es traer el cielo a la tierra. Dios está obrando en la tierra ahora mismo, a nuestro alrededor; la Comunidad del Reino está en la tierra ahora mismo… la cuestión es hasta qué
punto nosotr@s, queremos participar en ella.
No adoramos ni servimos a un Dios ausente, un Dios que se fue hace tiempo. Jesús nos enseña cómo y dónde esperar, y nos invita a estar presentes ante Aquel que siempre está presente. Jesús se vestirá para servir… y vendrá a atender a sus sierv@s. Si Jesús nos sirve, sin duda, nosotr@s podemos y debemos servir a las demás personas. Es ahí en donde encuentro el cielo en la tierra; sirviendo. Y al entrar al cielo antes de morir, por favor, aprende a ser un cristiano feliz y deja de ser un cobarde. ¿Cómo?
Deja de vivir en el pasado. «La amargura es como beber veneno y esperar a que la otra persona muera», dice Joanna Weaver. Ya sea que tu pasado te persiga o que extrañes los buenos tiempos, olvida lo que queda atrás y vive lo que Dios tiene para ti en el presente.
Pasa tiempo con Dios a diario. Espero no sonar legalista. Pero si no pasas tiempo con Dios de forma regular y extensa a través de la oración y la lectura de la Biblia, no sé por qué ni cómo esperarías experimentar tanta felicidad.
Basta de comparaciones. Alguien dice: Si la gratitud es la fuente principal de la alegría, entonces la comparación es la ladrona de la alegría. Se tu.
Piensa menos en ti mismo. Una cita famosa que probablemente hayas escuchado miles de veces: «La humildad no es pensar menos de ti mismo, sino pensar menos en ti mismo».
Al leer Isaías 1, aprendemos que Dios nos invita con un poderoso llamado:
«Vengan luego, y estemos a cuenta —dice el Señor—. Y en Hebreos 11:1 aprendemos que la fe no es un salto a ciegas, sino una confianza segura en las promesas de Dios. ¿Aceptas la invitación de Dios? ¿Caminamos por fe? No seas cobarde y atrevete; así comenzarás a disfrutar del cielo en la tierra.
Amén y Ashé
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También puedes leer todos los sermones del Padre Luis Barrios en la sección de Sermones.